Me siento débil..., no tengo
ganas de hacer nada..., me embarga una infinita congoja cuya razón no
comprendo...
Tengo la certeza de que,
para siempre, nada ni nadie logrará despertar otra vez mi interés en las cosas,
en la vida misma…
Hasta hace un tiempo era
fuerte y sano; una persona vivaz, sensible y preocupada por los otros.
Tenía una familia y
trabajaba, me destacaba en las relaciones sociales y disfrutaba de gran
aceptación debido, sobre todo, al natural alegre de mis ancestros que había irradiado
de simpatía a los individuos de mi familia.
Hoy, tengo la fundada
impresión de que lo mismo que me pasa le ocurre a los demás.
No dudo que hay un velo
oscuro que viene descorriéndose sobre nosotros los humanos, superior a todo
proceso económico, cultural y político, más fuerte que cualquier fenómeno
social del pasado...
No lo ha dicho nadie que
goce de reputación internacional, una autoridad médica por ejemplo, pero ya no
es un secreto que no nos interesa la vida ni como fenómeno individual ni como
hecho colectivo. Nos hastiamos de la existencia...
Lo veo así en mi círculo
familiar, social y laboral que cada día observo más cerrado, en donde cada
quien merodea cabizbajo sin concentrarse en nada productivo.
Lo percibo con nitidez a
través de los medios de comunicación y he llegado a la conclusión de que
perdimos por completo nuestro norte como especie.
Ellos, poco tiempo después
de su llegada, una vez se establecieron y ganaron nuestra confianza, comenzaron
a desarrollar una inédita y morbosa estrategia.
Ellos se extendieron como
una enfermedad y avasallaron esa fuerza telúrica que antes, durante la historia
transcurrida, nos llevó a hacer grandes cosas.
Creo que apenas desde hace
un mes o poco menos fuimos conscientes de ello.
Con su enrevesado método, los
Hermanos Mayores lograron marchitar nuestro deseo de existir, quebraron nuestra
alegría y nos redujeron y sometieron, primero con sutileza y ahora con una
crueldad inaudita.
Nos idiotizaron mediante el
consumo obsesivo de Soma, el maldito medicamento de origen vegetal alienígena
sin supuestos efectos secundarios que nos administran porque sí o porque no.
Sus médicos, y los nuestros
más adelante, nos recetaban paquetes de pastillas de Soma ante cualquier
novedad de salud y cuando ya muchos lo tomábamos en forma consuetudinaria, de
un momento a otro conceptuaron que la droga pasaba a ser de libre consumo ya
que por carecer de consecuencias indeseadas dentro de rangos muy amplios su
administración podía ser regulada en forma autónoma por cada paciente, de acuerdo
con sus necesidades propias.
Hasta los niños empezaron
entonces a recibir Soma como en un comienzo lo hacían apenas quienes sufrían de
alguna patología física, psicológica o emocional, y ya luego todos, enfermos y
sanos...
Así me sucedió: al comienzo
debía acercarme cada mes al facultativo para conseguirla pero después de tres o
cuatro consultas, cada una más superficial y permisiva que la anterior, no.
Así, empezamos a encontrar
Soma en casi cualquier lugar, en esos dispensadores que a todos nos parecieron
maravillosos y que entregaban el extraño producto primero a un precio irrisorio
y luego de modo gratuito.
Al tomar las pastillas
experimentabas primero un efecto analgésico profundo, siendo así como
desaparecían por completo desde las pequeñas incomodidades hasta los dolores
agobiantes, y luego sobrevenía en forma fluida una sensación extraordinaria de
calma y tranquilidad, una especie de revelación de armonía y paz, hasta alcanzar un estado sublime de confianza
y autodominio parecido al que pueden lograr los más avezados monjes expertos en
técnicas de introspección y meditación.
La experiencia positiva, de
relajación reparadora, se prolongaba por 24 horas y después bastaba con tomar
otra pastilla para seguir en la "dinámica del bienestar, la salud y la
alegría de vivir", como lo enseñaba la publicidad por televisión, radio e
Internet.
En seis meses sucumbimos al
engaño y bajamos la guardia; nos conquistaron...
Desconocemos sus planes...,
pero intuimos su total dominación y la eliminación de nuestra especie...